Bienestar

¿No te sientes valorada?

Al no sentirte valorada por los demás puede que pienses que eres insuficiente o que los otros son unos interesados. La realidad es que es solo un reflejo del valor que tú misma te estimas.

¿Cuántas veces has pensado lo injusto que resulta que lo des todo por tus seres queridos y estos no lo agradezcan? Te desvives por tu pareja, por tus hijos y por tus amigos; estás pendiente de sus necesidades y siempre dispuesta a hacerles cualquier favor. Eres generosa y considerada con los demás y, sin embargo, no te sientes valorada por ellos. Ante esta situación que puede resultar tan dolorosa, es necesario volver la mirada hacia nosotros mismos.

Cuando damos todo y no recibimos nada, cuando sentimos la ingratitud de nuestro entorno, una oleada de emociones negativas se apoderan de nosotros. Por un lado, nos sentimos insuficientes, nos preguntamos qué más hemos de hacer para ser reconocidas y apreciadas, qué hay mal en nosotras. Por otro lado, sentimos ira y rencor hacia aquellos que no parecen capaces o dispuestos a percibir y agradecer todo lo que hacemos por ellos.

Esto daña la autoestima y la confianza y también deteriora las relaciones.

Pues cuando no te sientes valorada reaccionas, reprochas y te frustras por no comprender ese trato injusto que recibes. La realidad es que el único trabajo posible a realizar es con nosotras mismos, por ello hemos de comprender qué nos mueve y qué podemos hacer al respecto.

¿Por qué no te sientes valorada?

Queremos creer que nuestros actos son generosos y desinteresados y responden al amor que sentimos por quienes nos rodean. Sin embargo, en muchas ocasiones no son estos sentimientos los que nos mueven.

Cuando se ha recibido una crianza inadecuada y se ha establecido en la infancia un vínculo de apego inseguro, las consecuencias permanecen incluso en la edad adulta. Si crecimos inseguros respecto al afecto y cuidado que podíamos esperar de nuestros padres o principales figuras de referencia, posiblemente aprendimos a tratar por todos los medios de obtener y mantener ese aprecio.

Cuando estas personas crecen sienten un verdadero temor al abandono y al rechazo y son capaces de ignorar sus propios deseos y necesidades por complacer a otros. Sin embargo, no lo harán porque los amen, sino porque tienen miedo de no ser amados.

Cuando das para recibir, esto no procede de un lugar genuino sino del temor y la angustia. Por ello es muy probable que, si actúas desde esta herida infantil, no te sientas valorado por mucho que hagas por los demás.

Enseñas a los otros cómo tratarte

Cada instante, con cada una de nuestras acciones, estamos enseñando a los otros cómo tratarnos

Somos nosotras quienes decidimos nuestro valor y se lo mostramos al resto. Cuando caes en la trampa de ser excesivamente complaciente, le muestras a los demás que estás siempre disponible para ellos, aun cuando eso te daña o te disgusta.

Les enseñas que tu tiempo no es valioso, que tus opiniones no son importantes y que ellos están por encima de ti. Aunque suene duro, esto es realmente lo que nos hacemos a nosotras mismas y, por ende, lo que enseñamos a los demás a hacer. Eres tú quien no se valora cuando antepones los deseos y necesidades de otros a los tuyos.

Si no te sientes valorada, comienza a valorarte

En definitiva, el trato que te dan los demás es el reflejo del trato que tú te das a ti mismo. Si otros no valoran tu tiempo, es porque tú no les das valor, entregándoselo a ellos antes que a ti, estando siempre disponible. El reconocimiento, el respeto y el afecto que buscas fuera es el que te falta interiormente.

Es imprescindible comprender que el amor propio no es egoísmo, que es lícito y saludable tenernos en cuenta en primer lugar. Si quieres sentirte valorada, empieza a valorarte. Observa tu herida infantil, trabájala, sánala y en ese momento podrás empezar a dar por amor y no por miedo al abandono

Acostúmbrate a escucharte, a saber lo que quieres y necesitas en cada momento y dátelo. No temas decir no, no te sientas culpable por decidir y poner límites. Cuando tú te valores los demás comenzarán a apreciar y agradecer lo que puedes ofrecer. Y, si esto no ocurre, tendrás la fuerza para alejarte de quien no lo haga, en paz. Ya no te preguntarás que hay de malo en ti porque sabrás que no hay nada malo. Cuando tú te reconoces no necesitas el reconocimiento de los demás.

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