La compra compulsiva
La compra compulsiva | Se acercan las compras navideñas, seguidas de las rebajas; y como anticipo ¡el Black Friday! En resumen, parece un buen momento para dar algunas recomendaciones que nos ayuden a no caer en la vorágine consumista y convertirnos en compradores compulsivos.
Recomendaciones para no comprar compulsivamente
- Realiza un listado con las cosas que quieres comprar y cíñete a él
- Elabora un presupuesto con un máximo a gastar y no lo superes
- Espera unos 20 minutos desde que te surge el deseo antes de conseguir el objeto
- Sal de la tienda y vuelve más tarde. ¿Sigue siendo buena idea esa adquisición?
Cuando la compra compulsiva se convierte en adicción
Está claro que una cosa es caer en la tentación y comprar puntualmente cosas que no se necesitan o ceder a caprichos, y otra entrar en una dinámica de conflicto que pasa a ser malsana. La patología empieza cuando el impulso supera los mecanismos de control y se adquieren constantemente productos innecesarios o se gasta más dinero del que se había previsto. Cuando la persona toma conciencia de lo que ha hecho y se da cuenta de que ha perdido el control, frecuentemente sufre un sentimiento de culpabilidad que afecta a su seguridad y autoestima. Esto revierte en una siguiente necesidad de saciar la ansiedad provocada, que le lleva a volver a comprar, lo que al final se convierte en un círculo vicioso.
Las compras suplen necesidades emocionales
Cómo funciona nuestro cerebro: “Tenemos una serie de necesidades emocionales y, cuando no se cubren por medios naturales, las sustituimos. Las drogas, el alcohol, la comida y las compras son algunos de los posibles reemplazos de aquello que realmente nos hace sentirnos seguros y queridos.
Ante una frustración, una manera de obtener placer rápidamente es ir de compras. La persona adicta compensa de una manera inconsciente el vacío emocional con las cosas que adquiere, supliendo con objetos materiales sus carencias afectivas o emocionales.
La compra compulsiva | El prototipo es una mujer de entre 30 y 50 años, con déficit afectivo.
Pero hay que tener en cuenta el mayor ímpetu que poseen los jóvenes frente a los adultos, que además va acompañado de una superior falta de auto control o responsabilidad económica. A todo ello hay que sumar que la propia sociedad se encuentra inmersa en un consumismo exagerado que inculca la creencia de que la felicidad se consigue gastando.